- Lugar de fondas y el tradicional desfile guardan un espacio importante en la memoria colectiva de los talagantinos, según este reconocido historiador local.
Aunque las actuales generaciones asocian el 18 de Septiembre en Talagante con la Fiesta de la Chilenidad que organiza desde hace varios años el municipio, hay generaciones que en su diario de vida tienen otras vivencias y experiencias sobre las Fiestas Patrias por estos lados. “Son recuerdos muy personales: recordar que las fondas o las ramadas, mejor dicho, se hacían en el Estadio Municipal, ramadas, porque se usaban muchas ramas de eucaliptus para poder cubrir y separar una ramada de la otra”, recuerda Enrique Sánchez.
Una fiesta para vestirse y el deleite de un refresco en el año
Según el historiador este punto de la comuna se convertía en un espacio de convivencia y socialización importante. “Era una fiesta popular, que también era esperada por todos los habitantes del territorio. Especialmente, lo que yo me recuerdo, en Talagante se vestía para ir a estas ramadas, a esta fiesta, con terno, corbata. A nosotros nos hacían pantalones nuevos, con los pantalones viejos del papá (y ríe de buena gana), nos hacían pantalones cortos, también, para ir a disfrutar”, comparte Enrique Sánchez.
Las vivencias del historiador nos permiten conectarnos con la infancia de fines de los años 60. “Allí encontrábamos, como a mediodía y en la tarde, juegos recreacionales, donde estaba el trompo, la tagua, el emboque, y también podríamos disfrutar de una bebida. Para aquellos tiempos, la gente joven no lo va a entender, pero para nosotros tomar una bebida era una delicia, era no tomarnos la bebida de inmediato porque sabíamos que una vez que se terminará no había más. Era, La bebida”, subraya el historiador dando cuenta del contexto social de aquellos 18 de Septiembre.
Una cima con billetes para el ganador
Entre los juegos tradicionales, Enrique Sánchez se detiene en uno en particular. “Pero había algo que llamaba la atención de todos y era algo que solamente uno lo lograba, que era el palo encebado. En aquel tiempo, el palo encebado yo creo que debe haber tenido diez metros, fácil. No sé de dónde lo sacaban, pero era tremendamente alto y en la parte superior tenía una argolla con muchos billetes colgando, por lo tanto el que llegaba a la cima, tenía que ir sacando estos billetes”.
Por lo que recuerda el historiador, lograr el objetivo no era fácil, pero se cumplía. “Era muy difícil y, de verdad que no se lograba el primer día, sino el segundo. Pero, en el segundo también le ponían un poquitito más de grasa para hacerlo más difícil, pero llegaba el momento en que algunos, que eran muy avezados, que eran reconocidos, y que finalmente lograban la cima y sacaban todos los billetes y la gente aplaudía, en ese hecho que, además, era muy entretenido verlo”.
La chicha se tomaba así…
Enrique Sánchez señala que son “muy buenos recuerdos” y comparte otros pasajes, más bien del mundo adulto talagantino, en aquellos días de actividades dieciocheras en el Estadio Municipal. “Por muchos años, se hacía tanto en la cancha número dos, como en la número tres, y ya desde el ingreso al recinto del estadio, con esa cantidad de banderas, la gente que andaba a caballo”, recordó el historiador sobre el paisaje general que dominaba este punto, como también de la venta de ciertos brebajes.
“Los grandes tenían la suerte de ingresar a estas ramadas, pero también hay que recordar que había gente que vendía en camión, y vendía la chicha arriba desde un camión, y te pasaban una manguera y hasta donde eras capaz de tomar, hasta ahí era y te cobraban por eso. Era muy divertido porque, finalmente, ya con chupar de esta manguera, quedaban acostado al lado de este camión”, comenta entre risas el historiador local.
Un desfile cuadra más abajo
El desfile parece ser otro hito de Fiestas Patrias en Talagante, por cierto, con sus características de época. “No importaba que día fuera, si llovía o no llovía, era el 18, no había otro día y de verdad que nos sentíamos todos felices, muy orgullosos de desfilar por nuestras escuelas. A mí me tocó por la Escuela Parroquial, don Waldo Díaz se encargó de preparar una banda de guerra. Yo estuve allí en esa banda, nos encajonábamos, nuestro colegio pasaba, y nosotros salíamos felices, orgullosos de eso”, dice Enrique Sánchez, con ojos expresivos, como viviendo aquellos momentos.
“También –añadió-, después me tocó, estando en los Talleres de San Vicente, venir con la banda instrumental y de guerra acá a Talagante, dos años seguidos. Ver desfilar al Liceo Talagante, al Sagrado Corazón, de una forma increíble, de verdad que, yo tocando con los Talleres de San Vicente, sentía orgullo y esa envidia de verlos disfrutar y sentirse orgullosos de representar a su colegio”, relata el cronista de la historia local.
De lo formal al festejo
De acuerdo con el relato de Enrique Sánchez, el lugar donde las autoridades presidían y observaban el desfile se encontraba una cuadra más cerca de la Plaza de Armas que donde se instala hoy el proscenio y su mirada retrospectiva la hace como alumno de la banda de guerra. “Encajonábamos aquí, en Francisco Chacón, con la espalda hacia el norte y las autoridades quedaban con la espalda hacia el sur, quedaban al lado de lo que era la Farmacia El Sol (Francisco Chacón con Bernardo O’Higgins). Ahí se colocaban las autoridades”, afirma Enrique Sánchez.
Y de lo protocolar al jolgorio más popular, Enrique Sánchez recuerda que el desfile era un punto de acercamiento al momento de mayor expresión criolla, unas cuantas cuadras en dirección hacia la estación ferroviaria de la comuna. “También tenía ese nexo de desfilar y después muchos se iban directo a las ramadas a disfrutar allá, a comerse una empanadita, una bebida, como decía, pero era vivir la civilidad, de sentirse chileno. Quizás no teníamos mucha conciencia de aquello, pero sabíamos que estábamos viviendo un par de días que eran muy especiales en nuestras vidas”, señaló el historiador talagantino.
Foto cuadro: Zamacueca de Manuel Antonio Caro, oleo sobre tela, colección Presidencia de la República de Chile.
Foto desfile del colegio Talleres de San Vicente de Enrique Sánchez.